dimecres, 17 de juny del 2009

Nudos


NU


Un niño vagabundeaba por la playa. Yo era de ésos que cuando empieza a oscurecer se queda ahí en la orilla, mitad guardando un pedazo de mar colgando de los párpados, mitad haciendo de farolillo por si acaso llega algún despistado. El niño se me acerca. Yo, bueno, sin querer me acerco más hacia la noche. Me dice que a quién espero. A mí mismo supongo le digo. Eso lo había preguntado el mar también. El niño es de los que cogen caracolas para devolverlas al mar, bueno, para salpicar el mar. Dice que le divierte y que supone –supongo – no serás uno de los abundantes inútiles que le dicen a uno “pon la oreja dentro la caracola que se oye el mar”, bueno, ya basta, aquí hemos llegado para decir que el mar cabe dentro de una caracola. El mar es el mar y ahí está. Le digo que no, evidentemente que no, pues claro que no, sino no estaría en la orilla. El niño me dice que para esperarse a uno mismo pues uno se tira al mar y vuelve nadando de espaldas a la playa cuando se cansa. Bueno, digo, ya estoy cansado yo, prefiero lo de los párpados y el farolillo. Y bien, qué haces tú aquí pequeño intruso. Estoy esperando una ola. He venido a amarrar la luna. Qué niño tan rico. Me contó un marinero, dice. Esas historias. Me creí solo una. Que la luna no tiene un puerto fijo, anda suelta para aquí para allá, se deja querer, se deja mirar, pero que hay noches peligrosas, de tan ligera como brilla se escapa, como un globo, y con ella se escapa el sueño y la gente pues duerme pero ya da igual un poco todo así que no duerme de verdad porque también da igual vivir y la oscuridad es el miedo y hasta tu farolillo se desvanece si ella se va. Así que parece que la luna viene sujeta por una cuerda que serían los sueños, cuerda que se adentra hasta el profundo océano, anclada en el silencio. Lo preocupante fue que el marinero vio, o eso contaba, como colgaba esa cuerda de la luna, cuerda rota ya entonces, cabello de nada. Y supuestamente porqué esperas una ola, pregunté. Porqué la ola - es una sola ola - lleva el cabo perdido de la cuerda. Yo la anclaré. Definitivamente era ése un caso rarísimo, eso pensé yo, no se puede, no se puede anclar la luna, aunque ya lo estuviera antes y se haya soltado. Muy bien hijo –eso fue lo que en realidad le contesté, compasivo quizás porque yo también soy un poco rarísimo - tu sigue con tu cabo que yo seguiré esperando. Pero el chaval no se movió. Hay una cosa señor. Me dijo que faltaba un detalle, importantísimo. El nudo. El nudo era lo que sujetaba a la luna.

DOS

Me miró muy serio muy persuasivo y sacó un libro de no sé dónde. No se leer libros, señor, otras cosas sí, pero libros no. Bueno, yo aquí ya me consideré cómplice de lo que fuese se proponía aquél personajito. El libro es real, lo juro, nosotros quizás no. Más bien dicho, seguramente no. Nunca he estado seguro de existir y después de aquello menos. El libro se llamaba “Los nudos...sin enredos”. Nudos marineros por supuesto. Me gustó el título. Empecé a leer en voz alta. (...). Estos cabos constan de un trenzado sobre un alma también trenzada. Con ello se aumenta la resistencia y se logra un trabajo uniforme. El alma da la resistencia y el forro, además da suavidad para hacerlo más agradable al tacto. El niño me quitó el libro de las manos. Ya tengo suficiente balbuceó. Al día siguiente me dijo que se iba. Adónde vas pescadillo, que eres tan poca cosa. Aquí no hay nada que hacer por el momento. Me voy lejos, a buscar un alma trenzada. Dentro de los nudos hay almas, sino no se aguanta nada. Y que es un alma trenzada dime. Yo no sé, ya se verá. Seguramente será alguna que se ha escapado de su cuerpo, supongo un alma vivaz, noctámbula, enamorada, húmeda y submarina. Para atar la cuerda se necesita un cabo resistente y suave, agradable al tacto. ¿Acaso pensaste que la luna se deja atar por cualquiera?